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Juicio a pilotos militares en 1959 (I de II)
Por
Francisco
H. Tabernilla
El tirano
de Cuba, Fidel Castro, que lleva 50 años en el poder con miles de fusilados con
un historial probado de terrorismo y narcotráfico, que ha destruido a una
nación física y moralmente y ha convertido en esclavos a un pueblo entero, recibe recientemente la visita de 8
presidentes que llegan a su madriguera a rendirle pleitesía como si fuera la
autoridad suprema del país. La traición y el engaño son sus más sobresalientes
notas. Recordemos su visita a Washington al triunfo de la Revolución comunista
cuando dijo: “yo no soy comunista” y cuando el 4 de enero de 1959 se reúne en
Camagüey con pilotos de la FAEC (Fuerza Aérea del Ejército de Cuba) y les dice
que no tienen problemas, que podrían quedarse en la nueva fuerza aérea o ir a
la Compañía Cubana de Aviación, y a las pocas semanas, el 8 de marzo, 19
pilotos militares, más artilleros y mecánicos “fuimos detenidos y enjuiciados
por diversos cargos conectados con la participación en la guerra ya terminada”,
nos dicen los P.A. (Pilotos Aviadores) primer teniente Guillermo A. Estévez y segundo
teniente Juan Clark en una declaración publicada en El Nuevo Herald, el 8 de
marzo, 2009, al cumplirse 50 años que involucró el juicio e injusto
encarcelamiento de pilotos de la FAEC.
El Tribunal Revolucionario nombrado
por el propio Castro estaba compuesto por hombres de conducta intachable como
el comandante Félix Lutgerio Pena, ex dirigente de la Juventud Católica, como
presidente, junto con el comandante aviador Antonio Michel Yabor y el primer
teniente Adalberto Parúas Toll. El juicio celebrado en Santiago de Cuba, duró
alrededor de un mes. El fiscal no le entregó a los abogados defensores el sumario
antes del juicio. A pesar de esa ilegalidad, la labor de la defensa fue
brillante. Tras una muy seria deliberación, el veredicto de absolución de todos
los cargos formulados fue unánime. Sin embargo, en vez de ser puestos en
libertad como ordenó el tribunal, los encausados fuimos mantenidos en la sala
del juicio, rodeados de un buen número de militares, ya que el jefe de la
escolta recibió órdenes de no dejarnos ir. Poco después fuimos montados en un
camión con escolta militar y llevados a la Prisión de Boniato en Santiago de
Cuba. El valiente padre jesuita cubano, Francisco Guzmán, bien conocido y
respetado en esa ciudad, montó en el camión con nosotros. Al llegar a la
prisión fuimos llevados al Pabellón 5A, lleno de basura, excremento humano y
ratones. Tampoco había camas ni facilidades higiénicas.
Esa misma noche de la absolución, el 2
de marzo, Castro fue ante la prensa escrita, radial y televisada, anulando con
su palabra la sentencia absolutoria, ¡una verdadera monstruosidad jurídica!
Afirmó que los aviadores eran enemigos potenciales de la Revolución y que ésta no podía darse el lujo de
absolverlos y dejarlos en libertad. Nombró un nuevo Tribunal Superior compuesto
por cinco comandantes de su círculo íntimo y el ministro de Defensa de entonces
actuando como fiscal. Con esta medida se violaba el principio jurídico de que
“no caben dos juicios sobre el mismo cargo”, o que “se prohíbe juzgar la misma
cosa dos veces”, y que “no hay pena si no existe una ley previa”.
Castro, como abogado, conocía estos
principios básicos, más rompió y violó el principio de “la santidad de la cosa
juzgada”. Este es el momento que convierte a Castro en la autoridad suprema del
país, por encima del Poder Judicial y muestra fuertemente su tiránico modo
futuro de gobernar. Esta insólita acción tuvo gran conmoción en Cuba y una
intensa resonancia internacional.
Horas después del arribo a Boniato,
tarde en la noche , el director del penal permitió la entrada de una turba -aparentemente
militantes del Partido Socialista Popular- armada de palos, cabillas y machetes
encaminada hasta el pabellón donde nos encontrábamos. Afortunadamente el padre
Guzmán, testigo del juicio y nuestro acompañante hasta el penal, se mantuvo
toda la noche cerca de nosotros en el pasillo frente al 5A. Cuando la turba
empezó a vociferar amenazante, en una escena dantesca, el padre Guzmán se les
enfrentó, a gritos, y a veces parado ante las rejas con los brazos abiertos, y
pudo aplacar la situación consiguiendo que se retiraran sin hacernos daño. La
intención de la turba era sin dudas lincharnos.
El decoro de los abogados dignos de la
época fue salvado por las cartas de enérgica protesta del Colegio Provincial de
Abogados de Santiago de Cuba y del Colegio de Abogados de La Habana. En ambos
casos dirigidas a Castro y a la opinión pública cubana, siendo publicadas en
toda la prensa. Inmediatamente el Colegio Nacional de Abogados, bajo la
presidencia del Dr. Enrique Llansó
Ordóñez, se solidarizó con ambos colegios. Por esta acción muchos de esos
abogados sufrieron posteriormente la expulsión de su cátedras de las
universidades de Oriente y La Habana. Muchos fueron perseguidos y humillados y
algunos fueron presos. Otros tuvieron que abandonarlo todo y escapar al exilio,
aunque había entre ellos simpatizantes de la Revolución y declarados revolucionarios.
El 5 de marzo, tres días después del
primer juicio, a la 8 p.m., comenzó el segundo. Este fue de carácter sumarísimo,
un verdadero espectáculo político-jurídico
que terminó
a las cuatro de la madrugada. El fiscal en este segundo juicio no pudo
presentar nuevos cargos ni evidencias. Los buscó, no las había. Nosotros los
aviadores no estuvimos presentes; nos mantuvieron en la cárcel de Boniato. (Continuará). .
3/09/09 000ooo000