PRESIDENTE  ALEJANDRO  TOLEDO

Por

Francisco H. Tabernilla

 

 

Fidel Castro, el tirano de Cuba, conmemoró la nefasta fecha del 26 de julio con una gigantesca marcha de más de un millón de esclavos servidores del Estado que no tuvieron otra alternativa que acudir al lugar previamente fijado por los delegados del Partido. No hubo discursos. El órgano oficial de la Unión de Jóvenes Comunistas de Cuba, Juventud Rebelde, se limitó a publicar “no hizo falta discurso oficial, porque las imagines cantaban las cuatro verdades”. Las agencias internacionales de prensa acreditadas en La Habana insistieron unánimemente en decir al mundo que Fidel Castro aparenta gozar de buena salud. La agencia AP expresó: “Fidel Castro ha mantenido prácticamente sin cambios su actividad pública, con frecuentes discursos y actos”, desde su breve desfallecimiento.

         Conversando con una persona amiga que regresó de Cuba esta semana, comprobó a estas alturas, que la mayoría del pueblo nada conoce del desmayo de El Cotorro al visitar a varios de sus familiares. Lo cierto es que la cancelación de los discursos han desatado en la población infinidad de rumores y conjeturas que van tomando forma de derrota y la esperanza de un cambio radical del sistema imperante. La fecha fatídica del 26 de julio está incrustada en la historia de Cuba como una gran mancha de sangre provocada por un cubano traidor y ambicioso que cambió el rumbo ascendente de paz, democracia y progreso que llevaba el pueblo cubano en sus cortos años de República.

         Hay muchos hechos desarrollándose en el mundo que requieren la atención y el comentario oportuno, pero por el poco espacio de que dispongo me es imposible tratar como es la noticia de “Armas de 10 ejércitos nutren a las guerrillas colombianas”; los fallos que está cometiendo el Presidente Bush en sus relaciones con la América Latina, por ejemplo, enviar una delegación encabezada por el Representante de Comercio, Robert  Zoellick a la inauguración del presidente peruano Alejandro Toledo que pasó inadvertida entre los doce mandatarios y dos docenas de cancilleres que asistieron a la ceremonia que celebró el regreso de Perú a la democracia representativa y plena. “Con todos los jefes de estado presentes la representación de Estados Unidos fue decepcionante”, le señaló al periodista Andrés Oppenheimer el ex embajador norteamericano en Perú, Dennis Jett. Obviamente, el retorno de la democracia al Perú es un asunto que los Estados Unidos deberían haber respaldado al máximo. Si no actúa a tiempo sobre las sombras que se ciernen sobre Cuba y se asesora de dirigentes del sufrido  exilio cubano combatiente, el desenlace que se avecina será una defraudación para los que luchamos por el retorno de la libertad y la democracia a la isla esclava.

         Pero me he ido extendiendo en lugar de entrar en el tema principal de mi artículo: el presidente de Perú, Alejandro Toledo, “El Cholo”, nombre que adquiere por sus rasgos indígenas; él mismo manifiesta que alcanzó su primer doctorado en economía mientras limpiaba zapatos y vendía periódicos en el noroeste de Lima. Esta fue su quinta tentativa por lograr la presidencia de su país, tras de derrotar este año en segunda vuelta al candidato del Partido Aprista Peruano, ex presidente Alán García. “Seré un presidente implacable a la hora de luchar contra la corrupción que envenena el alma de nuestro país, genera desempleo, delincuencia, deformación y mentira institucionalizada”, declaró Toledo al asumir el poder.

         Ha prometido una guerra frontal contra la pobreza y ratificó ante la nación su intención de cumplir las promesas electorales que hizo con responsabilidad. En Machu Piccho, designado Patrimonio Histórico de la Humanidad por la UNESCO en 1983, ubicado en la ladera de una montaña a 2,500 metros sobre el nivel del mar, cumplió su primera promesa. Allí, al igual que hace 500 años los incas lo ungían con un rito, recibiendo el “champi de oro” (o cetro de mando). “He querido enviar un mensaje al mundo, que aquí,  en el ombligo del mundo se realizó una cultura milenaria, de la cual me siento orgulloso”, manifestó Toledo.

         El pueblo peruano y la comunidad internacional esperan que el presidente Toledo cumpla sus promesas. Un hombre que no olvida sus raíces, sino al contrario las exalta con orgullo, es un hombre de unas cualidades excepcionales que inspira confianza y firmeza,  aspirando  nada más que a servir, proteger y ser útil a su pueblo, Que Dios lo ilumine y le de la sabiduría necesaria para sacar de la miseria a un pueblo noble y trabajador, colmando a el Perú de bienestar, paz y progreso.

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7/30/01

 

 

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